REVISTA LITERARIA

PARA UN DESARREGLO SISTEMÁTICO DE LOS SENTIDOS



miércoles, 26 de noviembre de 2014

PINK FLOYD Y YO, POR MAURICIO NARANJO

MI VIDA EN PROSA
Pink Floyd y yo
Por Mauricio Naranjo


Corrían los años 70. El nadaísmo y el hipismo agonizaban, y un movimiento contra revolucionario, reaccionario y ultra conservador se apoderaba del ambiente. Sin embargo, fue una década crucial en mi vida, mientras cursaba el bachillerato en el Liceo de la Universidad de Antioquia. Allí descubrí a Nietzsche, a Gonzalo Arango, a los poetas malditos, el pensamiento de izquierda y el rock, en un momento de rebeldía intensa.
Mi adolescencia fue turbulenta. Descubrí el sexo, el alcohol y las drogas, a John Lennon, a Cat Stevens, y por sobre todo, a Pink Floyd. Vibraba con Janis Joplin, con Bob Marley, con The Clash y una serie de artistas y grupos que catalizaban mi espíritu revolucionario, escéptico y anarquista. Comencé a escribir poemas, después de conocer al movimiento surrealista francés y la beat generation gringa.
Mi vida se convirtió en algo así como un laboratorio de experimentación de nuevas ideas, nuevas sensaciones, nuevas experiencias.
Mi primera novia un día de 1978 me sorprendió con Whish you were here, un disco de acetato que marcaría mi gusto musical para siempre. El feeling y la libertad de creación, mezclados con el virtuosismo y la psicodelia fueron un satori, una iluminación mística que me embriagó de modo absoluto. A partir de allí me volví un coleccionista de los álbumes de Pink Floyd, los cuales me traían mis amigos viajeros por el “correo de las brujas”, ya que en Colombia sólo se conseguían discos producidos a nivel nacional y el rock era una música tabú en medio de una sociedad tradicionalista, moralista y mojigata.
Cuando cumplí 18 años, en 1982, estrenaron en el desaparecido teatro Tropicana la película de Alan Parker “The Wall”.
Recuerdo que fui con una bella amiga muy intelectual y crítica. Yo sentí un volcán de imágenes y sonidos maravillosos, con una filosofía profunda y contundente, y con una fuerza poética paroxística. Salí completamente trastornado, en un estado de éxtasis. Mi amiga comenzó a hacer una crítica psicoanalítica de la relación de Pink con el padre ausente y la madre sobreprotectora. Habló del complejo de edipo, de la figura del padre, de los mecanismos de defensa, de la psicosis clínica del protagonista. Yo, en mi trance, no sabía a qué se refería con semejante racionalismo y seguí en mi viaje interior, sordo ante sus palabras, con el eco de la banda sonora en mi laberinto mental.
Este film se convirtió en el símbolo de mi rebeldía y de mis coqueteos con el melancólico país de la locura.
Cada obra de Pink Floyd era un cosmos inefable e imprevisible. Dark side of the moon, Athom heart a mother, Animals, Works, The Wall, The final cut, Umagumma, A nice pair, en fín, marcaron mi alma y definieron una visión del mundo donde la poesía, la experimentación, la intensidad existencial y la libertad de creación se convirtieron en mi búsqueda personal. Podría afirmar, sin temor a equivocarme, que el soundtrack de mi vida es una mezcla de Money, Mother, Shine on your crazy diamonds, Whish you were here, Eclipse, Comfortably numb, The final cut y The endless river.
Hay mucho en mí de Pink Floyd, existencialismo, arte, melancolía, imaginación, nihilismo, y la vida misma como una obra de arte sombría y luminosa.