REVISTA LITERARIA

PARA UN DESARREGLO SISTEMÁTICO DE LOS SENTIDOS



miércoles, 4 de diciembre de 2019

RELATOS BREVES DEL LIBRO INÉDITO "SIGNO CERO", DE MAURICIO NARANJO


GÉNESIS
Exhausto después de la creación del cosmos, comenzó a delirar y en medio de sus alucinaciones engendró una extraña criatura parlante, bípeda, con un cerebro de kilo y medio. Cuando escuchó sus plegarias, comprendió su imperfección y lloró como un mortal.

VAN GOGH
Cansado de tanta incomprensión, mezcló los colores primarios en su mente y con precisión de cirujano desprendió todo su cuerpo, dejando de sí sólo la oreja derecha, con la cual (en medio de un silencio matizado por pinceladas gruesas y contundentes) percibió la música más pura y libre jamás imaginada.

EL CONFUSO
Viajero inmóvil, era como humo líquido en las entrañas de un volcán apagado. Cítrico, moraba en verdes páramos contaminados por la lluvia ácida de sus ideas, que como mala hierba, brotaban por doquier y araban en el desierto. Smog en las madrugadas, nunca erró su vocación de contribuir a la confusión general.

LA FUGA
El niño reía mientras observaba cómo luchaban a muerte el camello y el león. Atravesó las murallas, cruzó la frontera y alcanzó el punto de no retorno, con una mezcla de melancolía y felicidad. "Somos libres", le dijo Friedrich, su amigo imaginario, en voz baja.

  
LA ETERNIDAD
La mitad de su vida la pasó en el paraíso islámico, en pabellones donde se encontraban tiendas maravillosas hechas con perlas y en cada esquina una esposa sensual. La otra mitad en el cielo cristiano, un país de melodías y cánticos donde no había dolor, ni enfermedad, ni muerte. Cumplida su estadía, se fue extinguiendo hasta morir para siempre.

EL DIOS
Era un dios olvidado, se sumergió en la melancolía más profunda, incluso llegó a dudar de su propia existencia, de su divinidad.  Nadie lo adoraba, nadie le ofrecía sacrificios. Una indiferencia cósmica surgió de su inmensidad cóncava. Se descuidó a sí mismo, se refugió en el alcohol y odió su inmortalidad, eternamente.

EL AUTISTA
Dibujaba paisajes metafísicos todo el tiempo. Pintaba su naturaleza muerta, sus abismos, su infinito desierto. Observaba su topografía irregular y se detenía en cada pliegue verde-azul. Navegaba en el océano innombrable de su ser. Solipsista se preguntaba si más allá de sus recovecos geográficos existía algo, si más allá de su yo sombrío había un mundo inaccesible, incognoscible e inefable. Pero como carecía de lenguaje, nunca pudo escapar del laberinto.

EL LIBRE
Prefería la libertad, con sus vicisitudes e incertidumbres, sus extravíos e intensidades. Pasajero en el tren de medianoche, atravesó naturalezas muertas. Entre excesos y trances místicos, habitó en el mar de niebla y en las ruinas de la abadía. Se olvidó por un largo tiempo del mundo de los hombres, y bajó de la montaña para expresar su mensaje delirante. Fue arrestado por incitar al desorden, y el libre vivió en prisión dibujando extraños signos en el denso aire de la penumbra.

LA NOCHE EN VELA
Su intención era introducir la noche en la llama de una vela. Después de varios experimentos fallidos, logró comprimir la oscuridad a un nivel microscópico. Entonces, la tomó en su mano izquierda y jugó con ella como un niño con una minúscula canica negra. Finalmente la arrojó a la llama, y pasó la noche en vela.

LOS ANTEOJOS
Cuando se colocaba los anteojos, observaba su interior con claridad: vísceras, huesos, músculos, fluidos. Incluso, en ocasiones podía percibir su yo en el laberinto del cerebro, danzando como un juglar unas veces, llorando como un mártir otras.

EL GRITO
Un grito vagabundo era su bien más preciado. Intentó enterrarlo en una isla, guardarlo en una caja fuerte, esconderlo bajo el colchón, sin ningún resultado. Finalmente puso el grito en el cielo. La tierra tembló escandalizada.


CAPERUZA
Y entonces caperucita roja (apodo que se ganó por su sed de sangre) clavó su daga en el corazón del lobo. Luego, realizó un aquelarre solitario gritando palabras en un lenguaje atávico y delirante.

MORFOSIS
El escarabajo, desde su nacimiento, tuvo un devenir azaroso y caótico, pleno de intensidades. Pero un día, infortunadamente, despertó convertido en Gregorio Samsa, un funcionario aburrido y rígido que tenía un itinerario preciso para cada uno de sus monótonos días. Entonces añoró aquel bicho travieso y loco que confundía los bombillos con la luna. Tristemente, tuvo que conformarse con su repugnante condición de burócrata por el resto de su vida.

ÉRASE UN HOMBRE CON LA NARIZ TORCIDA
Érase un hombre con la nariz torcida. Por la fosa izquierda respiraba con dificultad, por la derecha olía el jazmín de noche. Se miraba al espejo siempre de perfil, saludaba el mundo cabizbajo, sufría con su rostro armonioso y su nariz imperfecta. Con los años dejó de respirar, de oler, de mirarse en el espejo, de saludar, de sufrir. Se olvidó de sí mismo y emprendió un viaje sin retorno, sin recuerdos. Leve como el aroma sutil de un crisantemo se deshizo de su cuerpo, excepto de su nariz torcida. Desde entonces, como en un cuento de Gogol, transcurre por la ciudad y por los parques reptando hacia la muerte y la putrefacción.

EL MANTO
Solía ir con su manto blanco a las nubes, con su manto negro a los funerales, con su manto anaranjado a los incendios, con su manto verde a las montañas, con su manto ocre a los desiertos, con su manto transparente a los pensamientos, con su manto equivocado a misa, los domingos, temprano.


MUCHA TELA QUE CORTAR

El sastre, también hijo de sastre, comenzó a cortar la tela entre monólogos y soliloquios. Sin percatarse, inmerso en su mundo de tramas y urdimbres mentales, cercenó su brazo izquierdo. Sintió un dolor agudo, que confundió con su melancolía, y continuó mutilando su cuerpo hasta que de sí sólo quedó su mano derecha aferrada a las tijeras rojas y resplandecientes.



JOHN SPEED

John Speed era el automovilista más veloz del mundo. La realidad transcurría a través del parabrisas de su carro, como una mancha de colores. El vértigo, su pasión. Vencer la fricción y la inercia, su deseo. La aceleración, su naturaleza. Hasta que un buen día, John Speed se desvió de la pista y sin rumbo alguno desapareció para siempre. La leyenda cuenta que ante la imposibilidad de alcanzar la velocidad de la luz, quedó estupefacto, con su mente en blanco. Y que vivió el resto de sus días trabajando como una estatua en un semáforo del barrio triste en la ciudad metálica.


DELIRIO

Quería ser presidente del mundo y jerarca de todas las religiones, quería gobernar a todos los terrícolas, pero víctima de su sombra, terminó hablando solo en una lengua incomprensible, en un pequeñísimo cuarto de hospital, en un islote recién formado por erupciones volcánicas submarinas.


GEÓFILO

Geófilo era un cartógrafo muy avanzado. Levantó mapas por doquier, con una precisión de cirujano. Pero no sabía dónde estaba parado: ¿En sus pies?, ¿En el suelo?, ¿En la tierra?, ¿En un vacío azul?.
Desorientado, deambuló desnudo por los territorios que había trazado a pulso, sin saber quién era, sin rumbo alguno. Fue sepultado en un valle aún por descubrir.

CALEN DARÍO

Calen Darío era un relojero muy impuntual. Se despertaba a cualquier hora y trastocaba los almanaques para evadir sus obligaciones. De manera que los martes aparecían como sábados de asueto y los miércoles como domingos de solaz.  Hasta que un buen día, Calen Darío perdió la noción del tiempo por completo y habitó en un mundo sin principio de realidad, guiado exclusivamente por sus deseos ocasionales. La noche de su muerte, las campanas doblaron tres días antes.

EL MITO

Cuando Sísifo subió la roca a la cima de la montaña la primera vez, pensó en la rutina eterna y en el tedio infinito. Pero cada vez que subía y bajaba era otro siempre distinto, de tal forma que al final de su condena ya no era Sísifo.


EL NIHILISTA

Buscaba historias en los libros no leídos, amores en las mujeres desconocidas, territorios en los mapas ignotos. Ese era su trabajo: hallar cosas en la nada.


UNA VEZ

Esta es la trágica historia de una vez, que una vez decidió no elegir nada nunca. El tiempo pasaba por sus ojos, como una nube que discurre en el vacío azul. Así que una vez, sentada en el balcón de los sueños, escuchaba pasar la realidad, con sus motores y murmullos, sumida en la dulce confusión de su mente en blanco. Al final, una vez recordó sus promesas y cabalgando en la flecha del olvido como una estrella fugaz se extinguió en las rojas montañas del azar.


LA TERTULIA
Cuentan que después de la medianoche, mientras todos duermen, las estatuas y los bustos de los próceres se reúnen en ‘La playa’ con ‘El palo’ a fumar, beber y narrar siniestras historias de transeúntes que como pálidas sombras perturban sus silencios de piedra y bronce.


ODISEA
Penélope, en tierra, hacía y deshacía el amor, mientras Ulises batallaba en ultramar, solitario, con los engendros de su mente.

SIN PISO, AL MODO DE GEÓFILO

Pequeño, en clase de educación física nunca aprendí a pararme en la cabeza; mucho tiempo después que practiqué yoga, tampoco. Un maestro zen, posteriormente, trató de enseñarme a caminar en las pestañas. Lo sigo intentando, sin resultados. Hoy me dijeron: es que usted no sabe dónde está parado. Y es verdad, no sé si en mis pies, en mis zapatos, en mi mente, en el piso, en la tierra, en el cosmos. Y recordé que un amigo muy sabio me dijo alguna vez: "uno está donde está su atención". Entonces comprendí que soy un funámbulo y un hiperbóreo. Me mantengo en la cuerda floja unas veces y al borde de un volcán otras. 


EL PUPILO


Atento a las palabras de su mentor, comenzó a trabajar en el asunto: pasar un camello por el ojo de una aguja.  Al final, atravesó con la aguja el ojo del camello.
EL PUPILO Atento a las palabras de su mentor, comenzó a trabajar en el asunto: pasar un camello por el ojo de una aguja. Al final, atravesó con la aguja el ojo del camello.

miércoles, 11 de enero de 2017

NUEVOS TEXTOS PARA PAISAJES METAFÍSICOS, POR MAURICIO NARANJO

CUARENTA Y CUATRO
EL GRITO

Un grito vagabundo era su bien más preciado. Intentó enterrarlo en una isla, guardarlo en una caja fuerte, esconderlo bajo el colchón, sin ningún resultado. Finalmente puso el grito en el cielo. La tierra tembló escandalizada.

CUARENTA Y CINCO
AULLIDO

Mis palabras están presas en mi boca. Los dientes, como barrotes, les impiden salir. Un día, silenciosas, huirán. Entonces emitiré gritos. Sólo de aullidos estará compuesto mi lenguaje.

CUARENTA Y SEIS
LOS SIGNOS

Amo los signos de puntuación. Son como silencios, intersticios, pausas, vacíos. Los dos puntos crean expectativa, mientras el punto final es, en realidad, una línea de muerte, de fin, de apocalipsis, de agonía. El punto seguido, en cambio, nos da esperanzas, aunque ocurra una transformación química o incorpórea. Con los puntos seguidos nunca se sabe, igual que con la palabra etcétera, porque en silencio insinúan la actualización imprevisible del devenir azaroso. La coma es la frecuencia cardíaca de la gramática vital. El punto y coma marca el tránsito de un estado a otro, genera una separación categórica, sin perder de vista el flujo caótico de la vida. Los signos de puntuación nos dan seguridad, una sensación y una ilusión de certeza, de control sobre el asunto de estar vivos, es decir: transcurrir, discurrir aleatoriamente...

CUARENTA Y SIETE
LAS LETRAS

La h muda, sentada; la i, erguida, con su astro permanente; la ñ en su casa, sufriendo de agorafobia; la z en zig zag, siempre por caminos sinuosos; la m como una cordillera, mordiendo el horizonte; la s reptando por desiertos, navegando por meandros; la o lunática, rodando por el mundo; la r ronca de fumar, árbol seco; la p como un monociclo al revés, pipa retumbando en mi cabeza.

CUARENTA Y OCHO
POEMA INEFABLE

Escribir un poema sin palabras, sólo con puntos suspensivos, signos de interrogación y paréntesis. El título sería un punto sobre una i invisible y afónica, como la torre de una iglesia gótica suspendida en el vacío. El primer verso estaría compuesto de interrogantes, de preguntas sin respuestas, aporías muertas y cortopunzantes. El cuerpo del poema sería un interregno, un limbo, una larga y silenciosa sinfonía en blanco y negro atrapada entre corchetes de hierro. El desenlace estaría conformado por puntos suspensivos que no conducen a ninguna parte, como una escalera de Esher, o como un acantilado feroz donde termina la tierra firme y comienza la incertidumbre, la bella confusión azul hecha de furia y de sal. La firma podría ser una tilde anónima, como una gota de sangre sobre tu ausencia.

CUARENTA Y NUEVE
CAPERUZA

Y entonces caperucita roja (apodo que se ganó por su sed de sangre) clavó su daga en el corazón del lobo. Luego, realizó un aquelarre solitario gritando palabras en un lenguaje atávico y delirante.

CINCUENTA

Cuentan que tarde en la noche, mientras todos duermen, las estatuas y los bustos de los próceres se reunen en La playa con El palo a fumar, beber y narrar siniestras historias de transeúntes que como pálidas sombras perturban sus silencios de piedra y bronce.

CINCUENTA Y UNO

Victor Frankeistein recogió los miembros de las víctimas y reconstruyó una hermosa mujer, quien sin compasión asesinó brutalmente a Jack, destripando hasta el último trozo de sus vísceras, sin encontrar rastros de su alma.

CINCUENTA Y DOS
MORFOSIS

El escarabajo, desde su nacimiento, tuvo un devenir azaroso y caótico, pleno de intensidades. Pero un día, infortunadamente, despertó convertido en Gregorio Samsa, un funcionario aburrido y rígido que tenía un itinerario preciso para cada uno de sus monótonos días. Entonces añoró aquel bicho travieso y loco que confundía los bombillos con la luna. Tristemente, tuvo que conformarse con su repugnante condición de burócrata por el resto de su vida.

CINCUENTA Y TRES
ÉRASE UN HOMBRE CON LA NARIZ TORCIDA

Érase un hombre con la nariz torcida. Por la fosa izquierda respiraba con dificultad, por la derecha olía el jazmín de noche. Se miraba al espejo siempre de perfil, saludaba el mundo cabizbajo, sufría con su rostro armonioso y su nariz imperfecta. Con los años dejó de respirar, de oler, de mirarse en el espejo, de saludar, de sufrir. Se olvidó de sí mismo y emprendió un viaje sin retorno, sin recuerdos. Leve como el aroma sutil de un crisantemo se deshizo de su cuerpo, excepto de su nariz torcida. Desde entonces, como en un cuento de Gogol, transcurre por la ciudad y por los parques reptando hacia la muerte y la putrefacción.

CINCUENTA Y CUATRO
EL MANTO

Solía ir con su manto blanco a las nubes, con su manto negro a los funerales, con su manto anaranjado a los incendios, con su manto verde a las montañas, con su manto ocre a los desiertos, con su manto transparente a los pensamientos, con su manto equivocado a misa, los domingos, temprano.

CINCUENTA Y CINCO

A veces sobrevuelan en mi alcoba partículas de pereza; otras veces en mi casa hay una atmósfera como de poema maldito, de esos que me mueven el piso; de vez en cuando los insectos voladores de la angustia se apoderan de mi espacio, con su zumbido contundente, y no me dejan dormir; eventualmente me visitan nubes de todos los colores que pintan mis ojos de algo parecido al amor o a la felicidad; casi nunca el aroma del jazmín de noche llega hasta mi, pues se entretiene en las periferias jugando con mi gato. A veces sobrevuelan en mi cabeza partículas sublimes, como de santidad; otras veces en mi casa hay un aire como de poema inconcluso, de esos que me recuerdan lo efímero y lo vano de la vida.

CINCUENTA Y SEIS
JARDÍN UNO

Diente de león, ojo de poeta, uña de gato: en la aurora un jardín de bestias.

CINCUENTA Y SIETE
JARDÍN DOS

En mi jardín de molinos de agua siembro plantas eléctricas y las riego en tu divino nombre, cada mañana, antes de despertar.

CINCUENTA Y OCHO

Penélope, en Grecia, hacía y deshacía el amor, mientras Ulises batallaba en ultramar, solitario, con los engendros de su mente.

CINCUENTA Y NUEVE
DEBILIDADES

Tengo debilidad por las máquinas de coser. Por los discos de acetato, por las pinturas del romanticismo, por las pipas tipo Magritte, por las mujeres de belleza sencilla (nunca voluptuosas o tipo Holliwood), por los amigos que fuman y beben -a veces sin control-, por la poesía surrealista, por la voz de Waits, de Cohen, de Smith, de Holliday, de otros melancólicos y sibaritas. Tengo debilidad por la amistad incondicional, el amor perpetuo y otras cosas anacrónicas, retrógradas incluso. Pero tambien tengo debilidad por las mentes abiertas a la experimentación y a las ideas de vanguardia, por aquellos que procuran un mundo mejor donde tenga cabida la diversidad sexual, la legalización de las drogas, la muerte voluntaria (el suicidio, la muerte asistida), la velocidad de escape, la línea de fuga. Prefiero ser de bajo perfil, no ser rico, no ser famoso, no brillar en las ridículas pasarelas del espectáculo, estar aislado en las noches en mi refugio oscuro y solitario, conversar conmigo mismo (aunque casi nunca dialogo sino que discuto, mi alter ego me instiga, me critica, me pone en cuestión). Tengo una fuerte tendencia hacia Huidobro, sobre todo. Una inclinación hacia las metáforas, los paraguas, los cielos en paracaídas y las máquinas de coser en una mesa de disección, los cementerios de carros o de aviones, los espejos que reflejan mi ausencia, las escaleras que conducen a ninguna parte, como la vida.

SESENTA

Como un crustáceo dormido, el poeta fluye, discurre, con la incertidumbre a flor de piel. La realidad, como una corriente marina, lo arrastra por los recovecos del azar.


SESENTA Y UNO

Ese día madrugó más de la cuenta, y amaneció más temprano. Pero a la mañana siguiente, el sol negro de su melancolía oscureció las almas bajo los techos de la gran ciudad.

SESENTA Y DOS

Pequeño, en clase de educación física nunca aprendí a pararme en la cabeza; mucho tiempo después que practiqué yoga, tampoco. Un maestro zen, posteriormente, me enseñó a caminar en las pestañas. Lo sigo intentando, sin resultados. Hoy me dijeron: es que usted no sabe dónde está parado. Y es verdad, no sé si en mis pies, en mis zapatos, en mi mente, en el piso, en la tierra, en el cosmos. Y recordé que un amigo muy sabio me dijo alguna vez: "uno está donde está su atención". Entonces comprendí que soy un funámbulo y un hiperbóreo. Es decir, me mantengo en la cuerda floja, unas veces, y al borde de un volcán, otras. 

SESENTA Y TRES
SILENCIO

Hay silencios que meditan, otros que censuran,
Otros que esperan pacientemente, otros que esperan impacientemente,
Otros que guardan luto, otros que marchan por las calles con mordazas blancas,
Otros que dudan, otros que hieren, otros que otorgan,
Otros que respetan, otros que irrespetan,
Otros que ignoran,
Otros sumisos, otros rebeldes,
Otros indiferentes, otros asombrosos,

Hay silencios que conducen a la sabiduría, otros que conducen a la ausencia, el vacío y el olvido.

SESENTA Y CUATRO
UN DÍA DE ESTOS

Un día de estos, de repente, voy a escribir una canción aurífera, mitad flor mitad nube, plena de fuego, telúrica, volátil, metálica. Será un himno a la soledad, al vacío, a la ausencia. Sonará a barco fantasma, a precipicio, a desierto. Un día de estos, de repente, voy a cantar mi canción, como un volcán, como un terremoto, como un rayo.

SESENTA Y CINCO
DE UN DÍA PARA OTRO

En un abrir y cerrar de ojos se creó el universo
De la noche a la mañana fuimos arrojados al mundo
De un momento a otro estaremos muertos eternamente
En un dos por tres seremos un lejano recuerdo, una sombra
En un santiamén se apagará nuestra vana existencia como un fósforo un aleteo una inspiración una vocal un amor pasajero una nube

SESENTA Y SEIS
EL FOTÓGRAFO

Le tomó tantas fotos al cielo, que se tornó nube y se disolvió con la lluvia.

SESENTA Y SIETE
LA GOLONDRINA

Cuando la golondrina solitaria despertó, un hermoso verano estalló en sus ojos.

SESENTA Y OCHO
EL PAPA

En la ventana de su palacio
Saluda a la caterva
Como una vieja estrella del rockandroll.
Con su traje de lujo
Bendice a las almas impías
Y su presencia majestuosa
Esconde el cansancio de un mortal.
Tras su mirada ambigüa
La parca, con su humo blanco,
Sonríe en el balcón de la eternidad.

SESENTA Y NUEVE

LA MIRADA

La tierra está en el cielo. 

El cielo está en el corazón. 
El corazón, como un planeta sin nombre todavía, está extraviado en tus ojos
de crepúsculo y de arena, 
de insecto y de reptil, 
de nube y de carne.

domingo, 8 de enero de 2017

OTROS TEXTOS DE PAISAJES METAFÍSICOS, POR MAURICIO NARANJO

TREINTA Y UNO
LAS AVENTURAS DEL HADA HELADA

El día menos pensado escribiré las aventuras del hada helada y su amiga la gran hadilla. Será una epopeya volátil, etérea, poblada de árboles celestes y estrellas terrestres. El tercero excluido, el hado derecho, sucumbirá en medio del miedo, y los dragones de agua, guiados por sandra gon, vencerán a sangre gorio, el villano más villano de todos los tiempos.

TREINTA Y DOS
EL ÁNGEL DE LA PACIENCIA

Lento, no diferenciaba si estaba en reposo o en movimiento, porque su velocidad mínima era constante. Siempre llegaba tarde, porque se detenía en las formas del mundo, asombrado. Hasta que un día, como Remedios la bella, o Un hombre muy viejo con unas alas enormes, comenzó a volar igual que un pajarraco sutil.

TREINTA Y TRES
PARA QUÉ

Para qué cielo si no tengo alas. Para qué alas si no tengo casa. Para qué casa si no tengo a mi amada. Para qué amor si no creo en nada. Para qué el vacío si estoy pleno de silencio, de ausencia, de soledad, de éter que se aferra al suelo como un manglar.

TREINTA Y CUATRO
MUCHA TELA QUE CORTAR

El sastre, también hijo de sastre, comenzó a cortar la tela entre monólogos y soliloquios. Sin percatarse, inmerso en su mundo de tramas y urdimbres mentales, cercenó su brazo izquierdo. Sintió un dolor agudo, que confundió con su melancolía, y continuó mutilando su cuerpo hasta que de sí sólo quedó su mano derecha aferrada a las tijeras rojas y resplandecientes.

TREINTA Y CINCO
LA ETERNIDAD

La mitad de su vida eterna la pasó en el paraíso islámico, en pabellones donde se encontraban tiendas maravillosas hechas con perlas y en cada esquina una esposa sensual. La otra mitad en el cielo cristiano, un país de melodías y cánticos donde no había dolor, ni enfermedad ni muerte. Cumplida su estadía, se fue extinguiendo hasta morir para siempre.

TREINTA Y SEIS
EL CÍRCULO

Después del amor viene el dolor después de la embriaguez la resaca después del pecado la culpa después de la euforia la tristeza después de la plenitud el vacío después del exceso el cansancio Después del dolor viene el amor y todo continúa su ciclo.

TREINTA Y SIETE

Mi vida es como un contrabajo sin cuerdas, con alas. Un suspiro que, grave, golpea aves oscuras.

TREINTA Y OCHO

La memoria es un milagro para conservar la unidad, la identidad. Pero el olvido es liberación, necesidad de construirse a sí mismo en cada instante, sin los sesgos negativos de los recuerdos, sin la anti estética nostalgia, sin el disco rayado del eterno retorno. Olvido, patria donde uno nace y renace en el devenir transparente.

TREINTA Y NUEVE

Estoy hecho de lejanía, de distancia. Mi sustancia, el olvido. Mi esencia, el vacío. Mi expresión, el silencio. Soy un signo cero que levita en espiral hacia el centro de la nada.

CUARENTA

Buscaba historias en los libros no leídos, amores en las mujeres desconocidas, territorios en los mapas ignotos. Ese era su trabajo: hallar cosas en la nada.

CUARENTA Y UNO

Esta es la trágica historia de una vez, que una vez decidió no elegir nada nunca. El tiempo pasaba por sus ojos, como una nube que discurre en el vacío azul. Así que una vez, sentada en el balcón de los sueños, escuchaba pasar la realidad, con sus motores y murmullos, sumida en la dulce confusión de su mente en blanco. Al final, una vez recordó sus promesas y cabalgando en la flecha del olvido como una estrella fugaz se extinguió en las rojas montañas del azar.

CUARENTA Y DOS

Ante la furiosa entropía del cosmos, perder el tiempo parece una ironía. Pero el tiempo nunca se extravía, simplemente -con toda su irreversibilidad- nos deriva, nos fluye, nos acurruca en sus brazos de cobre.

CUARENTA Y TRES

Uno a veces se pone triste, sin motivo. Una nube gris pasa por el corazón y llueve en el alma. La tristeza es una dama vestida de negro, elegante, estilizada, blanca. Uno a veces se pregunta por qué nos visita, con sus flores marchitas.

martes, 3 de enero de 2017

TREINTA TEXTOS DE MAURICIO NARANJO

UNO
Muy joven, me inquietaban los ciclos, los círculos: levantarse, tender la cama, salir, cerrar la puerta. Regresar, abrir la puerta, destender la cama, dormir. Así, día tras día, noche tras noche. El eterno retorno, el mito de Sísifo, el riguroso reloj biológico, las fases de la luna, las estaciones, la rotación, la traslación, los ciclos circadianos. Entonces me obsesioné con una idea: algún día me levantaría, no tendería la cama, no cerraría la puerta y jamás regresaría. En una línea de fuga perfecta, recorrería las geografías más recónditas, y en medio del insomnio perpetuo trazaría un itinerario caótico y estocástico, hasta caer vencido por el cansancio, anónimo, ignorado, olvidado. Recuerdo este sueño de juventud por éstas épocas, siempre, una y otra vez.

DOS
John Speed era el automovilista más veloz del mundo. La realidad transcurría a través del parabrisas de su carro, como una mancha de colores. El vértigo, su pasión. Vencer la fricción y la inercia, su deseo. La aceleración, su naturaleza. Hasta que un buen día, John Speed se desvió de la pista y, sin rumbo alguno, desapareció para siempre. La leyenda cuenta que ante la imposibilidad de alcanzar la velocidad de la luz, quedó estupefacto, con su mente en blanco. Y que vivió el resto de sus días trabajando como una estatua en un semáforo del barrio triste en la ciudad metálica.

TRES
El barco, de tanto navegar, se tornó agua. El pájaro, de tanto volar, cielo. El transeúnte, de tanto andar, camino. Yo, de tanto mirarte, espejo.

CUATRO
Quería ser presidente del mundo y Papa de todas las religiones, quería gobernar a todos los terrícolas, pero víctima de su sombra, del inconsciente más profundo y oscuro, terminó hablando solo en una lengua incomprensible, en un pequeñísimo cuarto de hospital, en un islote recién formado por erupciones volcánicas submarinas.

CINCO
Geófilo era un cartógrafo muy avanzado. Levantó mapas por doquier, con una precisión de cirujano. Pero no sabía dónde estaba parado. En sus pies, en el suelo, en la tierra, en un vacío azul?. Desorientado, deambuló desnudo por los territorios que había trazado a pulso, sin saber quién era, sin rumbo alguno. El día de su muerte lo enterraron en una planicie aún por descubrir.

SEIS
Calen Darío era un relojero muy impuntual. Se despertaba a cualquier hora, y trastocaba los almanaques para evadir sus obligaciones. De manera que los martes aparecían como sábados de asueto y los miércoles como domingos de solaz. Hasta que un buen día, Calen Darío perdió la noción del tiempo por completo y habitó en un mundo sin principio de realidad, guiado exclusivamente por sus deseos ocasionales. La noche de su muerte, las campanas doblaron tres días antes.

SIETE
En el papel el árbol
En el poema el grafito
En la mano que olvida el fuego
En las cenizas tú

OCHO
De ausencias está hecho el color del avestruz
De miradas las jaulas vacías
De dagas la reina de corazones
De presencias está hecho el precipicio donde habito
Calle arriba
En la mente del pelícano que obstruye esta alma en pena
En la ventana que abre sus ojos de par en par
Cuando sonríes años luz de mi boca
Cuando el apocalipsis anuncia el amor de no saber tu nombre
Mientras una escalera me conduce a la ciudad azul
Donde se esconden los pianos más transparentes.

NUEVE
Pienso en las cosas que me hacen feliz
Y no te hallo
Tu nombre lentamente viajó al olvido
En la polaroid donde nos besamos frente al mar se borró tu rostro
Habitas en el astro blanco que se confunde con el sol
Eres negro sobre negro
Nómada te alejas de mi centro y moras más allá de la periferia
En los confines
De tí sólo guardo un aroma de sábanas húmedas
Y una sensación de tierra caliente
Donde no sopla el viento

DIEZ
Bajo este cielo creo en tu mirada de cernícalo 
También en tu voz de árbol frutal 
Creo en la ciencia de tu amor extendido en un balcón de nubes y de ángeles También en los dioses que te susurran palabras de tierra caliente
Mientras caminas con los ojos cerrados como una funámbula de mar y de sombra
Creo, bajo este cielo que nos cubre con su agonía de colores,
En todo el misterio que encierran tus piernas
Cuando olvidas la escalera de fuego y extingues mis esperanzas
Tengo la fe intacta porque creo en tu desamor de rayos
Y también en tu amor de urdimbres primigenias
Te espero bajo este cielo santo que habla en un lenguaje de volcanes etéreos.

ONCE
Mano de obra
Construyo el aire
Donde otras manos siembran de recuerdos las nubes grises
Moldeo el fuego
Donde otras manos atrapan los signos crepitantes
Abrazo el agua
Donde otras manos señalan las noches líquidas
Acaricio la tierra
Donde otras manos cultivan caminos empedrados que conducen al árbol y a la montaña
Donde reposan los sueños y las bestias

DOCE
Cuando Sísifo subió la roca a la cima de la montaña la primera vez pensó en la rutina eterna y en el tedio infinito. Pero cada vez que subía y bajaba era otro siempre distinto, de tal forma que al final de su condena ya no era Sísifo.

TRECE
Cuando el hombre comprendió que una cosa no es una cosa sino que es otra cosa, descubrió la metáfora. Y con ella la poesía.

CATORCE
Cuando paso por una biblioteca pienso en los libros que no he leído y que no podré leer
Cuando paso por el parque de los enamorados pienso en los besos que no he dado y que no podré dar
Cuando paso por el cementerio pienso en las muertes que no he tenido y que no podré tener
Cuando paso por el espejo pienso en los rostros que no he reflejado y que no podré proyectar
Cuando paso por la vida pienso en las experiencias que no he vivido y que no podré vivir
Con lentos pasos me desvío y evito caminos

QUINCE
No sé el nombre de las flores ni de los árboles que me rodean
Prefiero dejarlos inefables y puros sin la cicatriz de la palabra
Por fuera del lenguaje lucen hermosos e intactos 
Lejos del símbolo brillan 
Conservan sus formas y sus colores
Sin su nombre en latín o sin su nombre vulgar 
La rosa por ejemplo podría llamarse azar
El anturio por ejemplo podría llamarse santo
El laurel por ejemplo podría llamarse espiral
Y sin embargo ellos siguen ajenos
Viven su vida sin saber sobre el sentido 
Mientras más huérfanos de humanidad
Más plenos de perfección
No sé el nombre de las flores ni de los árboles que me rodean
Y nunca quiero saberlo
Porque la palabra es una cárcel
Donde habita la confusión.

DIEZ Y SEIS
Habito la casa gracias al vacío 
Hablo gracias al silencio
En la casa, las ventanas son un vacío dentro del vacío
En el lenguaje, las pausas son un silencio dentro del silencio
Y entre vacíos y silencios voy inventando la forma de la muerte
Y entre ventanas y pausas voy inventando la forma de la ausencia
Las palabras y los muros, entre tanto, pueblan de ecos el olvido.

DIEZ Y SIETE
Las sombras del tiempo devoran aquellos pianos transparentes que forjan caminos y esculpen desiertos. En la espada del carbonero brillan los cuarzos de la ilusión. En la fiesta matutina coleópteros giran sobre cabezas grises, buscando el epicentro del vacío. Los destellos -como recuerdos frescos- aguardan la noche con paciencia. Pasos en el silencio: fantasmas vigilan las formas de la muerte, con devoción. Las sombras del tiempo devoran la música sin rumbo, la palabra sin sentido, el delirio de vivientes que se embriagan de olvido.

DIEZ Y OCHO
UN LARGO EPITAFIO
Nací en la segunda mitad del siglo pasado. Pequeño me disfrazaba de hippie, y cuando fuera grande quería ser un poeta ebrio. Conocí primero a Cat Stevens y luego a Lennon. A diferencia de casi todo el mundo amé a Yoko Ono. También leí a Gonzalo Arango, a Nietzsche, a Hesse, a Mann, a Jesús Gaviria. Conocí a los poetas del centro, y me decepcioné. Mejor la obra que el autor. Tuve novias de belleza simple, un poco locas. Probé todos los licores, excepto la ginebra. Fumé, deliré, escribí, estuve al borde de la locura y del suicidio, renací, caminé. Tuve una hija extraordinaria y conocí el amor puro, natural, transparente y eterno. Intenté enseñar algunas cosas, unas pocas cosas. Mi voz se escuchó en las radios fantasmas. Tuve un par de amigos incondicionales. Hablé con mi madre todos los días. Admiré a mi padre como un niño asombrado frente a un héroe. Tuve una esposa dos veces. Fracasé. Escribí un par de poemas sin importancia. Viví intensamente al lado de la melancolía, cerca de la locura, detrás del amor. Nací en la segunda mitad del siglo veinte.

DIEZ Y NUEVE
Hay recuerdos que son como puñales en el insomnio de las sombras
Hay recuerdos que son como visitantes oscuros en un barco fantasma
Hay recuerdos que son como música en la medianoche del hastío
Hay recuerdos que son como fotografías en blanco y negro en el silencio del olvido
Hay recuerdos que son como delirios en la mente indefensa del tiempo
Hay recuerdos grises que son como dagas en la víspera del infierno
Hay recuerdos que visitan la música del delirio.

VEINTE
MOHAMED
Soy el que vence a los adversarios antes del combate
Danzo en el cuadrilátero
Mis puños son de aire
Mis puños son de plomo
Canto en el ring
Odio el último round
Prefiero el knock out en el miedo del otro
Y no en el tinglado
Doy vueltas
Brinco
Vuelo
No pude derrotar a la muerte
Pero fuí el que venció a todos los adversarios un minuto antes

VEINTE Y UNO
Uno a veces se sienta a esperar que el tiempo pase como una brisa
Y pasa sin novedad 
Entonces uno desea un cataclismo o un amor de repente
Aunque sea una ilusión o una herida
Uno a veces busca que el tiempo traiga tristezas o profundas ebriedades
Pero nada pasa
A veces nada pasa
Y entonces uno desea un amor de repente
Furioso como una brisa
Profundo como un cataclismo
Ebrio de heridas y tristezas

VEINTE Y DOS
Amo tu olvido, como los dioses aman la guerra santa, como los inquisidores aman el fuego, como los mortales aman las cadenas, como los ebrios aman el agua, como los héroes aman la derrota, como los amantes aman el alba, como los ladrones aman el prójimo, amo tu olvido, como los dioses aman los sacrificios, como los inquisidores aman la mentira, como los mortales aman la muerte, como los ebrios aman la confusión, como los héroes aman las estatuas, como los amantes aman el silencio, como los ladrones aman ese recuerdo mínimo parecido a tu olvido.

VEINTE Y TRES
Amanezco en tus mañanas, en otra cama. Duermo en tus noches, en otro sueño. Trabajo en tus días, en otro oficio. Vivo en tu vida, en otro universo. Soy ese desconocido que ignora tu nombre y que muere en tu muerte como un suicida silencioso.

VEINTE Y CUATRO
MONÓLOGO DEL RENEGADO
Soy cobrador de deudas morosas, mi oficio es atormentar
Soy verdugo, mi oficio es cumplir las sentencias
Soy el encargado de cortar los servicios públicos, mi oficio es la oscuridad
Soy abogado de un banco, mi oficio es embargar
Soy vil, ruin, un ser renegado, todos me odian
Soy el que cumple los mandatos de la ley
De noche, mientras duermo, me atormentan
De día, mientras trabajo, me detesto
Soy un solitario
El que roba los sueños y la paz

VEINTE Y CINCO
Hay silencios que son la voz de la censura: una mordaza. Hay otros que son la expresión de la protesta: un grito. Hay silencios que están del lado de la armonía, la paz, la serenidad: un éxtasis. Hay otros que son el símbolo de la ira, la rabia, la ruptura: una explosión. Hay silencios que indican duda, inseguridad, timidez: una caída. Hay otros que significan dolor: una grieta. Hay silencios que hablan del amor, donde sobran las palabras, donde predominan las miradas: una carta en blanco. Hay otros que aluden al vacío, al no ser, a esa nada que ocupa todo el espacio de la existencia: un agujero. Hay silencios que son mordaza, grito, éxtasis, explosión, grieta, carta en blanco, agujero. Hay otros que son indescifrables, indelebles, inefables, como una mancha inmaculada.

VEINTE Y SEIS
Todos tenemos un paisaje interior que nos identifica, el mío es móvil, portátil: a veces se parece a un acantilado -como en una pintura del Romanticismo alemán-, otras a un volcán en una isla de nieve -como en Islandia-, algunas otras a un desierto poblado de esas flores minerales talladas por el viento y el tiempo -como esa hermosa rosa del desierto que conocí en un museo geológico de alguna universidad de mi ciudad-. Guardo nubes en mi memoria para que llueva cuando quiero olvidar. Conservo una noche indeterminada en mi lóbulo prefrontal para borrar todo rastro de tu rostro.

VEINTE Y SIETE
El lenguaje me habla, el cielo me mira, mi casa me habita, el amor me quiere -a veces-, los puntos suspensivos escriben mi devenir azaroso, la poesía me celebra, el vino me bebe, el cigarro me fuma, mi mente me piensa. El lenguaje me habla a solas, en la cama que me sueña.

VEINTE Y OCHO
Las palabras, como carteles viejos, se derriten con la lluvia. Bajo el reciente anuncio, los afiches del pasado ocultan una verdad efímera. Las palabras, como carteles nuevos, invitan al devenir azaroso. Debajo, un arrume de letras desteñidas que tuvieron su minuto de gloria.

VEINTE Y NUEVE
Estoy hecho de lejanía, de distancia. Mi sustancia, el olvido. Mi esencia, el vacío. Mi expresión, el silencio. Soy un signo cero que levita en espiral hacia el centro de la nada.

TREINTA
La cama duerme, la jaula vuela, el camino anda, la casa mora, el vaso bebe, y mi corazón ahí en tu mente como un disco que escucha o una ducha que se baña, quizás como un cenicero que fuma su último cigarro o una roja manzana que muerde la boca de este mar que me navega.