REVISTA LITERARIA

PARA UN DESARREGLO SISTEMÁTICO DE LOS SENTIDOS



miércoles, 11 de enero de 2017

NUEVOS TEXTOS PARA PAISAJES METAFÍSICOS, POR MAURICIO NARANJO

CUARENTA Y CUATRO
EL GRITO

Un grito vagabundo era su bien más preciado. Intentó enterrarlo en una isla, guardarlo en una caja fuerte, esconderlo bajo el colchón, sin ningún resultado. Finalmente puso el grito en el cielo. La tierra tembló escandalizada.

CUARENTA Y CINCO
AULLIDO

Mis palabras están presas en mi boca. Los dientes, como barrotes, les impiden salir. Un día, silenciosas, huirán. Entonces emitiré gritos. Sólo de aullidos estará compuesto mi lenguaje.

CUARENTA Y SEIS
LOS SIGNOS

Amo los signos de puntuación. Son como silencios, intersticios, pausas, vacíos. Los dos puntos crean expectativa, mientras el punto final es, en realidad, una línea de muerte, de fin, de apocalipsis, de agonía. El punto seguido, en cambio, nos da esperanzas, aunque ocurra una transformación química o incorpórea. Con los puntos seguidos nunca se sabe, igual que con la palabra etcétera, porque en silencio insinúan la actualización imprevisible del devenir azaroso. La coma es la frecuencia cardíaca de la gramática vital. El punto y coma marca el tránsito de un estado a otro, genera una separación categórica, sin perder de vista el flujo caótico de la vida. Los signos de puntuación nos dan seguridad, una sensación y una ilusión de certeza, de control sobre el asunto de estar vivos, es decir: transcurrir, discurrir aleatoriamente...

CUARENTA Y SIETE
LAS LETRAS

La h muda, sentada; la i, erguida, con su astro permanente; la ñ en su casa, sufriendo de agorafobia; la z en zig zag, siempre por caminos sinuosos; la m como una cordillera, mordiendo el horizonte; la s reptando por desiertos, navegando por meandros; la o lunática, rodando por el mundo; la r ronca de fumar, árbol seco; la p como un monociclo al revés, pipa retumbando en mi cabeza.

CUARENTA Y OCHO
POEMA INEFABLE

Escribir un poema sin palabras, sólo con puntos suspensivos, signos de interrogación y paréntesis. El título sería un punto sobre una i invisible y afónica, como la torre de una iglesia gótica suspendida en el vacío. El primer verso estaría compuesto de interrogantes, de preguntas sin respuestas, aporías muertas y cortopunzantes. El cuerpo del poema sería un interregno, un limbo, una larga y silenciosa sinfonía en blanco y negro atrapada entre corchetes de hierro. El desenlace estaría conformado por puntos suspensivos que no conducen a ninguna parte, como una escalera de Esher, o como un acantilado feroz donde termina la tierra firme y comienza la incertidumbre, la bella confusión azul hecha de furia y de sal. La firma podría ser una tilde anónima, como una gota de sangre sobre tu ausencia.

CUARENTA Y NUEVE
CAPERUZA

Y entonces caperucita roja (apodo que se ganó por su sed de sangre) clavó su daga en el corazón del lobo. Luego, realizó un aquelarre solitario gritando palabras en un lenguaje atávico y delirante.

CINCUENTA

Cuentan que tarde en la noche, mientras todos duermen, las estatuas y los bustos de los próceres se reunen en La playa con El palo a fumar, beber y narrar siniestras historias de transeúntes que como pálidas sombras perturban sus silencios de piedra y bronce.

CINCUENTA Y UNO

Victor Frankeistein recogió los miembros de las víctimas y reconstruyó una hermosa mujer, quien sin compasión asesinó brutalmente a Jack, destripando hasta el último trozo de sus vísceras, sin encontrar rastros de su alma.

CINCUENTA Y DOS
MORFOSIS

El escarabajo, desde su nacimiento, tuvo un devenir azaroso y caótico, pleno de intensidades. Pero un día, infortunadamente, despertó convertido en Gregorio Samsa, un funcionario aburrido y rígido que tenía un itinerario preciso para cada uno de sus monótonos días. Entonces añoró aquel bicho travieso y loco que confundía los bombillos con la luna. Tristemente, tuvo que conformarse con su repugnante condición de burócrata por el resto de su vida.

CINCUENTA Y TRES
ÉRASE UN HOMBRE CON LA NARIZ TORCIDA

Érase un hombre con la nariz torcida. Por la fosa izquierda respiraba con dificultad, por la derecha olía el jazmín de noche. Se miraba al espejo siempre de perfil, saludaba el mundo cabizbajo, sufría con su rostro armonioso y su nariz imperfecta. Con los años dejó de respirar, de oler, de mirarse en el espejo, de saludar, de sufrir. Se olvidó de sí mismo y emprendió un viaje sin retorno, sin recuerdos. Leve como el aroma sutil de un crisantemo se deshizo de su cuerpo, excepto de su nariz torcida. Desde entonces, como en un cuento de Gogol, transcurre por la ciudad y por los parques reptando hacia la muerte y la putrefacción.

CINCUENTA Y CUATRO
EL MANTO

Solía ir con su manto blanco a las nubes, con su manto negro a los funerales, con su manto anaranjado a los incendios, con su manto verde a las montañas, con su manto ocre a los desiertos, con su manto transparente a los pensamientos, con su manto equivocado a misa, los domingos, temprano.

CINCUENTA Y CINCO

A veces sobrevuelan en mi alcoba partículas de pereza; otras veces en mi casa hay una atmósfera como de poema maldito, de esos que me mueven el piso; de vez en cuando los insectos voladores de la angustia se apoderan de mi espacio, con su zumbido contundente, y no me dejan dormir; eventualmente me visitan nubes de todos los colores que pintan mis ojos de algo parecido al amor o a la felicidad; casi nunca el aroma del jazmín de noche llega hasta mi, pues se entretiene en las periferias jugando con mi gato. A veces sobrevuelan en mi cabeza partículas sublimes, como de santidad; otras veces en mi casa hay un aire como de poema inconcluso, de esos que me recuerdan lo efímero y lo vano de la vida.

CINCUENTA Y SEIS
JARDÍN UNO

Diente de león, ojo de poeta, uña de gato: en la aurora un jardín de bestias.

CINCUENTA Y SIETE
JARDÍN DOS

En mi jardín de molinos de agua siembro plantas eléctricas y las riego en tu divino nombre, cada mañana, antes de despertar.

CINCUENTA Y OCHO

Penélope, en Grecia, hacía y deshacía el amor, mientras Ulises batallaba en ultramar, solitario, con los engendros de su mente.

CINCUENTA Y NUEVE
DEBILIDADES

Tengo debilidad por las máquinas de coser. Por los discos de acetato, por las pinturas del romanticismo, por las pipas tipo Magritte, por las mujeres de belleza sencilla (nunca voluptuosas o tipo Holliwood), por los amigos que fuman y beben -a veces sin control-, por la poesía surrealista, por la voz de Waits, de Cohen, de Smith, de Holliday, de otros melancólicos y sibaritas. Tengo debilidad por la amistad incondicional, el amor perpetuo y otras cosas anacrónicas, retrógradas incluso. Pero tambien tengo debilidad por las mentes abiertas a la experimentación y a las ideas de vanguardia, por aquellos que procuran un mundo mejor donde tenga cabida la diversidad sexual, la legalización de las drogas, la muerte voluntaria (el suicidio, la muerte asistida), la velocidad de escape, la línea de fuga. Prefiero ser de bajo perfil, no ser rico, no ser famoso, no brillar en las ridículas pasarelas del espectáculo, estar aislado en las noches en mi refugio oscuro y solitario, conversar conmigo mismo (aunque casi nunca dialogo sino que discuto, mi alter ego me instiga, me critica, me pone en cuestión). Tengo una fuerte tendencia hacia Huidobro, sobre todo. Una inclinación hacia las metáforas, los paraguas, los cielos en paracaídas y las máquinas de coser en una mesa de disección, los cementerios de carros o de aviones, los espejos que reflejan mi ausencia, las escaleras que conducen a ninguna parte, como la vida.

SESENTA

Como un crustáceo dormido, el poeta fluye, discurre, con la incertidumbre a flor de piel. La realidad, como una corriente marina, lo arrastra por los recovecos del azar.


SESENTA Y UNO

Ese día madrugó más de la cuenta, y amaneció más temprano. Pero a la mañana siguiente, el sol negro de su melancolía oscureció las almas bajo los techos de la gran ciudad.

SESENTA Y DOS

Pequeño, en clase de educación física nunca aprendí a pararme en la cabeza; mucho tiempo después que practiqué yoga, tampoco. Un maestro zen, posteriormente, me enseñó a caminar en las pestañas. Lo sigo intentando, sin resultados. Hoy me dijeron: es que usted no sabe dónde está parado. Y es verdad, no sé si en mis pies, en mis zapatos, en mi mente, en el piso, en la tierra, en el cosmos. Y recordé que un amigo muy sabio me dijo alguna vez: "uno está donde está su atención". Entonces comprendí que soy un funámbulo y un hiperbóreo. Es decir, me mantengo en la cuerda floja, unas veces, y al borde de un volcán, otras. 

SESENTA Y TRES
SILENCIO

Hay silencios que meditan, otros que censuran,
Otros que esperan pacientemente, otros que esperan impacientemente,
Otros que guardan luto, otros que marchan por las calles con mordazas blancas,
Otros que dudan, otros que hieren, otros que otorgan,
Otros que respetan, otros que irrespetan,
Otros que ignoran,
Otros sumisos, otros rebeldes,
Otros indiferentes, otros asombrosos,

Hay silencios que conducen a la sabiduría, otros que conducen a la ausencia, el vacío y el olvido.

SESENTA Y CUATRO
UN DÍA DE ESTOS

Un día de estos, de repente, voy a escribir una canción aurífera, mitad flor mitad nube, plena de fuego, telúrica, volátil, metálica. Será un himno a la soledad, al vacío, a la ausencia. Sonará a barco fantasma, a precipicio, a desierto. Un día de estos, de repente, voy a cantar mi canción, como un volcán, como un terremoto, como un rayo.

SESENTA Y CINCO
DE UN DÍA PARA OTRO

En un abrir y cerrar de ojos se creó el universo
De la noche a la mañana fuimos arrojados al mundo
De un momento a otro estaremos muertos eternamente
En un dos por tres seremos un lejano recuerdo, una sombra
En un santiamén se apagará nuestra vana existencia como un fósforo un aleteo una inspiración una vocal un amor pasajero una nube

SESENTA Y SEIS
EL FOTÓGRAFO

Le tomó tantas fotos al cielo, que se tornó nube y se disolvió con la lluvia.

SESENTA Y SIETE
LA GOLONDRINA

Cuando la golondrina solitaria despertó, un hermoso verano estalló en sus ojos.

SESENTA Y OCHO
EL PAPA

En la ventana de su palacio
Saluda a la caterva
Como una vieja estrella del rockandroll.
Con su traje de lujo
Bendice a las almas impías
Y su presencia majestuosa
Esconde el cansancio de un mortal.
Tras su mirada ambigüa
La parca, con su humo blanco,
Sonríe en el balcón de la eternidad.

SESENTA Y NUEVE

LA MIRADA

La tierra está en el cielo. 

El cielo está en el corazón. 
El corazón, como un planeta sin nombre todavía, está extraviado en tus ojos
de crepúsculo y de arena, 
de insecto y de reptil, 
de nube y de carne.

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